Sobreviviente

Recuerdo el empalagoso aroma del kebab. Las conversaciones de balcón a balcón entre vecinos. La convivencia entre los colegas inmigrantes. Los acentos familiares. Las miradas de los curiosos. Esos detalles me hacían sentir más cerca de mi Bangladesh natal. Barcelona rápidamente se convirtió en un hogar y la Rambla del Raval en mi pequeño mundo. Allí tuve mi bautismo laboral en la ciudad condal a los veinte años, cuando apenas hablaba español, en un diminuto restaurante turco. Se empezaba a escribir una historia que merece ser contada.

Mi vida se desarrollaba casi en su totalidad en el territorio del gato de Botero, una colosal escultura de bronce en medio de la rambla. Algunos atrevidos se animaban a montarlo. Yo sólo le acariciaba sus gastados huevos todas las mañanas antes de entrar al trabajo. Decían que traía buena suerte, como tocarle la teta derecha a Julieta en Verona. Mustafá, un viejo amigo de mi padre y homónimo, Abdul, fue quien me regaló la posibilidad de establecerme en España. Algo que cambiaría mi vida rotundamente, pudiendo dejar atrás una compleja realidad que me hubiese condenado en mi país.

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Ser padre: el mejor viaje de mi vida

Pasaron muchas cosas en los últimos tiempos, mi vida dio un giro rotundo, erosionada por situaciones de las más amargas y de las más maravillosas, como el nacimiento de mi hijo Tomás, hace casi cuatro años. La conexión fue automática: el amor verdadero, el incondicional, había irrumpido con fuerza para quedarse. El reencuentro de almas se concretaba, dando inicio a un viaje diferente, uno para toda la vida.

¿Pero cómo es que se tiene semejante certeza? Simplemente pierde sentido intentar definirlo, trasciende cualquier conjetura de la mente. Es un sentimiento profundo e ingobernable que se activa en las células. No es que no estaba, solo que ahora se despierta, como una brasa que parece apagada y de golpe se transforma en una hoguera. En este contexto los juicios desaparecen. Los pensamientos se callan. Esto no se explica, no se piensa: se siente.

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Descúbrelo tú mismo: viaja por curiosidad y no por lo que digan los demás

Nunca deja de sorprenderme con la liviandad que mucha gente habla de ciertos destinos. He escuchado y leído cosas que me irritan, por el hecho de representar una visión muy sesgada de la realidad. Es cierto que gustos son gustos, pero los argumentos para sostener las opiniones son el corazón de la cuestión. Menos me recomiendan un sitio, más crecen mis motivaciones para conocerlo. Según mi experiencia y creencia personal, cualquier lugar merece la pena de ser visitado. El viaje no tiene por qué ser siempre un cuento de hadas. Detrás de toda vivencia hay un aprendizaje. Hay que considerar cómo se califica a los lugares. Porque lo que nos entra por la vista es sólo una pequeña parte de ellos, también se viaja con el corazón, con los sentidos, con los recuerdos. Cada sitio esconde una historia, una tradición. Es fundamental tomarse tiempo para conocerlos y no sacar conclusiones apresuradas.

Harris, islas Hébridas Exteriores, Escocia (2016).

“Roma no me gustó, la noté muy contaminada y turística”. Qué pena no hayas podido disfrutar de esta ciudad-museo, una de las más maravillosas del planeta. Hay que aprender a ver más allá de nuestras narices. Muchas veces, por miedo o por ideas preconcebidas que nos hacemos, nos rendimos antes de empezar, sin siquiera conocer el alma de un lugar. Una manera de sacarlo adelante es siendo creativo, desde una perspectiva diferente a la tradicional, cambiando el enfoque, apartándose de la masa… Es ahí cuando podremos ver la cara más autentica de los sitios, o al menos la menos conocida. Muchas veces, luego de abandonar lugares que visitamos, nos queda una sensación amarga porque las cosas no se dieron como las imaginábamos. Las imágenes mentales están sobrevaloradas. Su procedencia recae en muchos motivos, como en los comentarios que escuchamos, lo que vimos en la televisión o leímos en una revista y demás. Es una picardía perder el factor sorpresa. Porque por más que creamos conocer un sitio pese a no haber estado nunca en persona, nuestra percepción una vez allí será única y personal. No existe la necesidad de comparar la imagen que vimos en un libro o en Internet sobre las Cataratas del Niágara; mejor hagámoslas únicas y valorémoslas con nuestros propios ojos, aunque llueva o esté nublado, sin condenarlas a un filtro de calidad.

También transmitimos una imagen desfavorable de los lugares por malas experiencias que sucedieron cuando los visitamos, o porque el clima no acompañó, o por conocer personas que no nos hicieron sentir a gusto. Tal vez fue mala suerte y al volver las cosas resulten de otra manera. Un lugar que puede ser mágico para algunos puede ser horrible para otros. Y no hay ningún problema con esto. Lo que digo es que me parece un tanto injusto juzgar a los sitios únicamente por estas cuestiones. Para empaparse realmente de una ciudad se debe pasar mucho tiempo en ella, e incluso así nunca se la conocerá del todo, sería una utópico. Y no me refiero sólo a los lugares físicos, sino a su ritmo de vida, a sus tendencias y costumbres sociales, a sus secretos. Hay que ser paciente y tomárselo con calma, no buscar respuestas inmediatas, considerando que por alguna o varias razones un destino puede no resultamosatractivo. Pero la clave está en sacar lo positivo de las experiencias vividas, porque el aprendizaje es mucho mayor en los fracasos que en las victorias. En dejar el juicio de lado, aceptando lo que nos toque vivir.

Wanaka, Nueva Zelanda (2015).

Un caso que representa de manera muy clara esta idea me sucedió en Halong Bay, Vietnam. He conocido gente que se ha perdido de visitar esta joya de la naturaleza por la gran cantidad de comentarios negativos. Que te van a estafar y a robar, que hay demasiados turistas, que no la vas a pasar bien. Esto planteó un desafío más grande para mí. Por lo que busqué mi manera de abordar el sitio, evitando los típicos paquetes turísticos desde Hanoi. Así que me dirigí por mi cuenta a la cercana isla de Cat Ba, donde permanecí unos días y desde la cual hice la famosa excursión en barco por la bahía. Fue algo soñado. Pude disfrutar de Halong Bay de una manera muy pura y tranquila, me demostré a mi mismo que no hay lugares difíciles para visitar, sino que lo que falta es actitud para intentarlo de una forma no tradicional. Por otro lado, me he ido de algunos sitios con un sabor amargo. Pero esto no implica que no los recomiende ni que no quiera regresar. Por el contrario, me generan deseos de volver para conocerlos un poco más. El viaje es muy personal, por eso mi opinión no es nada más que eso, una anécdota. La única forma de saber sobre los destinos es estableciendo una relación en persona con ellos. Sintiendo los aromas, las texturas, los sonidos. Y viendo más allá de lo tangible.

El momento y perspectiva de cada uno condicionan nuestra mirada. Seguramente la percepción sobre un lugar que visitamos de adolescentes no será la misma que en la adultez, ni que en la vejez. Por eso mi humilde consejo es viajar despojados de prejuicios, tratar de hacerlo con la mente en blanco, dejándonos sorprender y tomando los inconvenientes como parte intrínseca de un viaje. Porque la idea de que «el viaje es el estado perfecto» se queda muy escueta, más aún cuando se hace de la vida un viaje. Los malos tragos suceden, es preferible desdramatizar, superar los inconvenientes y seguir adelante. Llevarse una enseñanza para el futuro. La incomodidad es parte del viaje. El desafío no son los problemas, sino la forma de afrontarlos. Viajar es para valientes, para curiosos. Es un mérito anticiparse a los problemas, informarse y ser atento, pero no siempre será posible. Suceden situaciones que están fuera de nuestro alcance y la única manera de aprender es equivocándose. Siempre menciono lo agobiante que fueron los primeros días de mi viaje por Marruecos. Inexperto, estuve cerca de rendirme, pero con fuerza de voluntad salí adelante y me fui con la frente en alto. Eso me preparó mucho para viajes futuros y para situaciones de la vida. Al sudeste asiático, por ejemplo, llegué con más aplomo y experiencia, por lo que pude disfrutarlo mucho.

En definitiva, se trata de descubrir, de sorprenderse, de interactuar con el ambiente, de ser positivo. Sacar nuestras propias conclusiones. Nunca apagar la llama interior de la curiosidad, pese a los vientos externos o inseguridades propias que intenten extinguirla. Esa misma llama es la que nos permitirá brillar en el camino. Viajar con pasión. Buscar argumentos. Dejar de lado la innecesaria necesidad de la inmediatez y disfrutar del momento. Quitar importancia a la foto, a la demostración casi enfermiza de que se estuvo allí. Ver cada sitio como único y especial, sin idealizarlo ni demonizarlo de antemano. Qué no te lo cuenten: descúbrelo tú mismo.

Cráter del volcán Pululahua, Ecuador (2014).
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