Nunca deja de sorprenderme con la liviandad que mucha gente habla de ciertos destinos. He escuchado y leído cosas que me irritan, por el hecho de representar una visión muy sesgada de la realidad. Es cierto que gustos son gustos, pero los argumentos para sostener las opiniones son el corazón de la cuestión. Menos me recomiendan un sitio, más crecen mis motivaciones para conocerlo. Según mi experiencia y creencia personal, cualquier lugar merece la pena de ser visitado. El viaje no tiene por qué ser siempre un cuento de hadas. Detrás de toda vivencia hay un aprendizaje. Hay que considerar cómo se califica a los lugares. Porque lo que nos entra por la vista es sólo una pequeña parte de ellos, también se viaja con el corazón, con los sentidos, con los recuerdos. Cada sitio esconde una historia, una tradición. Es fundamental tomarse tiempo para conocerlos y no sacar conclusiones apresuradas.

Harris, islas Hébridas Exteriores, Escocia (2016).
“Roma no me gustó, la noté muy contaminada y turística”. Qué pena no hayas podido disfrutar de esta ciudad-museo, una de las más maravillosas del planeta. Hay que aprender a ver más allá de nuestras narices. Muchas veces, por miedo o por ideas preconcebidas que nos hacemos, nos rendimos antes de empezar, sin siquiera conocer el alma de un lugar. Una manera de sacarlo adelante es siendo creativo, desde una perspectiva diferente a la tradicional, cambiando el enfoque, apartándose de la masa… Es ahí cuando podremos ver la cara más autentica de los sitios, o al menos la menos conocida. Muchas veces, luego de abandonar lugares que visitamos, nos queda una sensación amarga porque las cosas no se dieron como las imaginábamos. Las imágenes mentales están sobrevaloradas. Su procedencia recae en muchos motivos, como en los comentarios que escuchamos, lo que vimos en la televisión o leímos en una revista y demás. Es una picardía perder el factor sorpresa. Porque por más que creamos conocer un sitio pese a no haber estado nunca en persona, nuestra percepción una vez allí será única y personal. No existe la necesidad de comparar la imagen que vimos en un libro o en Internet sobre las Cataratas del Niágara; mejor hagámoslas únicas y valorémoslas con nuestros propios ojos, aunque llueva o esté nublado, sin condenarlas a un filtro de calidad.