Son muchos los que llegan a Nueva Zelanda y rápidamente buscan instalarse y conseguir trabajo en alguna ciudad. Yo recomiendo siempre que sea posible aprovechar la proximidad de Auckland con la parte norte del país para conocer al menos unos días una región que tal vez luego no tengan la oportunidad de visitarla, ya que esta especie de península se encuentra un poco aislada y a contramano cuando se empieza a bajar. Si no tienen auto, o poco dinero, viajar a dedo por el país kiwi es una de las mejores opciones: es seguro, la gente suele tener buena predisposición y las distancias son cortas. Pero claro, eso va en lo aventurero que sea cada uno. Con sólo una carpa, bolsa de dormir y utensilios para cocinar será suficiente. También hay buenos servicios de autobuses, pero con horarios más limitados.

Una de las tantas postales al costado de la ruta hacia el norte.
En nuestro caso, ya habiendo conocido Auckland durante unos días, finalizado todos los trámites de rigor y ambientado el cuerpo tras el jet-lag propinado por el largo viaje, nos dirigimos hacia el norte para recorrer durante poco más de una semana antes de presentarnos en la granja donde íbamos a trabajar a cambio de comida y alojamiento. Más allá de varios problemas con la van que sacamos adelante, finalmente pudimos empezar a vivir en carne propia la bondad en cuanto a paisajes y entornos naturales de Nueva Zelanda. Pasamos por muchos lugares, por supuesto deteniéndonos donde lo creíamos conveniente y durmiendo en campings a muy bajo costo, con baños impecables pese a su remota ubicación y algunos hasta con duchas. Pero pasaré a hacer un detalle de los principales puntos y atractivos de esta parte del país. Vale aclarar que muchas veces las rutas son serpenteantes, suben y bajan, lo que implica precaución en esta suerte de montaña rusa; nada grave si se va con cuidado (todo está perfectamente señalizado), de hecho hace de la experiencia aún más entretenida.
ABBEY CAVES EN WHANGAREI
Luego de unas tres horas hacia el norte por la ruta 1, abrazados por verdes praderas, llegamos a Whangarei, una ciudad discreta pero con un sorprendente atractivo injustamente menos popular que otros: las Abbey Caves. Se trata de una red de cavernas ideales para los amantes de la naturaleza y los desafíos (es fundamental llevar linterna e ir dispuesto a mojarse). A medida que se va avanzando dentro de las cuevas la sensación de incertidumbre se acrecienta, pero la calma vuelve al cuerpo cuando nos quedamos a oscuras. Aquí entran en escena los Glow Worms, unos pequeños gusanitos que brillan como estrellas y dan un marco único, hipnotizan, transmiten paz en el profundo silencio. El entorno exterior también es muy atractivo, con bosques y formaciones rocosas que invitan a dedicar una tarde completa para disfrutarlo.
BOSQUE DE WAIPOUA Y SU TANE MAHUTA

El Tane Mahuta en el Bosque de Waipoua.
Más al norte y por la costa oeste se encuentra una reserva forestal compuesta en su mayoría por los árboles kauri (de pasada se pueden visitar los Lagos Kai Iwi). Aquí se pueden hacer varias caminatas por el corazón del Bosque de Waipoua, por ejemplo hacia algún mirador. Pero la atención se la lleva un gigantesco árbol con nombre de dios maorí: el Tane Mahuta. El más grande de su grupo cuenta con más de 50 metros de altura y una circunferencia de 14 metros. Impresiona pararse a su lado y sentirse insignificante.
CAPE REINGA
Y finalmente llegamos al extremo norte de Nueva Zelanda, ahí donde chocan los océanos. El símbolo de este maravilloso lugar es el faro del Cabo Reinga, quien custodia esa inmensidad de agua que lo rodea entre acantilados. Observar aquí el atardecer fue una de las experiencias más gratificantes que viví en este país, de hecho dio pena cuando se terminó semejante regalo de la naturaleza. El viento, lluvias temporales o frío no serán suficientes para opacar este momento; la vista y el entorno pueden más. Cuenta la leyenda maorí que en este sitio de la península de Aupouri las almas saltan al vacío en búsqueda de su espacio espiritual. Y es cierto que una energía especial acompaña a los visitantes. Para llegar al faro desde el aparcamiento hay un sendero de un kilómetro, lo que hace que todo valga aún más la pena. En la zona, también hay varias playas (Ninety Mile Beach o playa de las Noventa Millas, entre las mejores) y senderos, como por ejemplo hacia la bahía de Tapotupotu.

El faro del Cape Reinga.

Atardecer en el Cape Reinga.
BAY OF ISLANDS
Sólo quedaba elegir alguna de las tantas playas o islas de Bay of islands (Bahía de las Islas) para descansar y reflexionar sobre lo que se venía. En nuestro caso pasamos por Paihia, cruzamos en ferry hacia Russell y seguimos al vértice para acampar en una costa bien protegida. Al estar en una de las regiones con altos porcentajes de población originaria se escuchaba el maorí. Y también se hacía sentir. “This is my fucking land” nos dijo por la mañana un hombre local muy enojado, probablemente pescador, por dormir en un sitio donde supuestamente no estaba permitido. Y vaya si sería su tierra que cuando nos fuimos a las apuradas antes de pasar a mayores, a los pocos kilómetros, rompimos una correa del auto en medio la nada y tuvimos que llamar al seguro desde la colina de una montaña (única forma de obtener señal) para que envíe una grúa, en un situación bizarra que denominé “la maldición maorí”. Cosas que pasan en los viajes. Ahora había que volver a bajar hasta la granja de Te Hana donde trabajaríamos por una semana a cambio de alojamiento y comida.

Bay of islands.
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Me encanto tu entrada, espero ir el proximo año, la alucinante nueva zelanda